UN AGUJERO EN EL COLEGIO - CAPÍTULO 1

Los niños de 5ºB me pidieron un libro personalizado. Poco a poco, he creado una historia inspirada en ellos. Se irá publicando este verano capítulo a capítulo cada martes. Esta es la primera entrega. 

CAPÍTULO 1

El descubrimiento en el arbusto


El temor puede ser la llave de una puerta hacia lo extraordinario.


Era una mañana de marzo. El invierno exhalaba su último suspiro al tiempo que la primavera, vestida de verano, calentaba la ciudad de Almería con efusividad. Calor. Las moscas, pegajosas, parecían querer jugar al fútbol con nosotros. En el patio, solo los más valientes se atrevían a pelotear en el centro de la pista ardiente. La mayoría, fatigados, gastaban esta media hora de recreo agazapados junto al colegio, lugar donde la sombra, fresca, amigable, les protegía del sofoco. 

Ana, valiente, controló la pelota junto al banco donde un bocadillo de chorizo sin propietario se derretía al sol. 

¡Qué asco!, gritó tras apoyar accidentalmente la mano en el embutido. 

Finalmente, con un rápido movimiento con el exterior de su pierna izquierda, logró centrar la pelota a la posición donde Rodrigo, bien presionado por Lionel, se hacía hueco para rematar a gol. El balón viajó por el aire mecido por el viento de levante hasta caer a los pies de Toni, quien pasaba por allí y no pudo más que proteger su cara con ambos brazos. Lionel, más rápido, chutó a puerta con potencia. La pelota chocó contra el larguero, saliendo despedida directamente a la cabeza de Julia. El batido de la chica, que saltaba a la comba despreocupada, terminó pintando de marrón chocolate toda la entrada del gimnasio. 

El maestro se va a enfadar y es vuestra culpa, dijo ella. 

Sin pensarlo, evidentemente enfadada, pateo el balón hacia la zona prohibida del patio. Esa a la que nadie se atrevía a ir. La de la esquina secreta. En la que no estaba permitido esconderse cuando jugaban al `bote botella´; el juego tradicional de moda en Educación Física. 

Juliaaaa, gritaron al unísono todos. 

Lionel, pacífico y conciliador, se acercó a ella con ánimo de de solucionar el conflicto. 

Perdona, he sido yo. Voy a limpiar el batido. 

Mientras, Fernando, intrépido, ataviado con su camiseta del Sevilla, corría a la zona prohibida. Se hizo el silencio. Nadie se atrevía a pasar allí. Las maestras lo castigarían. Lo vieron desaparecer temiéndose lo peor. Decidieron continuar el partido, como si nada hubiese sucedido, ahora sin pelota. A falta de material, es preciso usar el ingenio. El bocadillo de chorizo no sería un buen objeto para jugar al fútbol, acabaría destrozado a la primera patada y la rodaje en la frente de algún jugador. Julia, sintiéndose mal por su reacción, tuvo una idea. 

Tomad, jugad con mi batido. Si, total, ya no queda ni una gota. 

El partido se desarrolló con normalidad. Nayra logró el gol del empate tras rematar de tacón un pase de Rodrigo, quien celebró el gol hasta que comprobó que, al contrario de lo que avisó Julia, sí que quedaba una gota de batido en el interior del cartón y, tras el remate de Nayra, esa gota había pasado a manchar el escudo de su flamante camiseta del Almería. 

¡Mi camiseta! Mi padre me mata. 

Oye, gente, ¿Fernando? ¿Dónde está? Hace rato que se fue, preguntó Lionel. 

Yo no voy a ir a buscarlo, esa zona está prohibida, respondió Ana. 

Pero, ¿y si le ha pasado algo? Yo no dejo a mi amigo solo. 

Te acompaño, al fin y al cabo yo soy la culpable de todo, interrumpió Julia. 

Va, yo también voy, añadió Rodrigo. 

Julia, Lionel y Rodrigo se decidieron a buscar a Fernando más allá de los límites de la zona prohibida. Donde nadie en su sano juicio se había aventurado a viajar nunca. Había incluso alumnos que aseguraban que una vez, un niño temerario, se perdió y que un maestro, al ir a buscarlo, desapareció en el intento. Otros, sin embargo, decían haber visto salir un león con dos cabezas. También había historias sobre sonidos tenebrosos o zombies que salían a pasear de noche. Aquella era una aventura para la que solo quedaban unos minutos, pues el recreo estaba llegando a su fin. 

Rodrigo se apostó en la esquina, junto a la red de voleibol, y esperó a que las maestras no estuvieran pendientes para avisar a sus compañeros y salir corriendo a la zona prohibida. Llegar fue más fácil de lo esperado. Allí no había rastro de Fernando. 

¡Ayyyy! Gritó Lionel. 

¿Qué pasa? Dijo Julia asustada. 

Una avispa.

Ayyy, corre. 

Los tres corrieron despavoridos hasta darse de bruces con un arbusto pinchudo que parecía haber sido apartado. Julia, con la adrenalina a tope tras escapar de la avispa, acabó metiendo el pie en un agujero que asomaba tras el arbusto. 

Hay un agujero. Quizá Fernando esté dentro. 

Fernandooooo, gritaron los tres. 

Corred, venid. Rápido. Respondió Fernando desde el interior de lo que parecía una cueva. 

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