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La maldición de Newton

El físico londinense formuló una ley, la de gravitación universal, en la que deduce la fuerza con la que dos cuerpos de diferente masa se atraen, como si quisiesen fusionarse en uno solo. La manzana, el manzano, la taza de té y el controvertido golpe que pudo recibir el célebre matemático pueden vincular, e incluso explicar, la contemporaneidad del Almería.
Alfonso García no es un físico, que sepamos, aunque es probable que tenga algún manzano. Debiera, en mi opinión, el pulpileño pacido en Águilas sentarse debajo del frutal para comprobar como uno de sus frutos cae al suelo. De esta forma, entenderá la importancia de las ramas, de la fuerza que se ha de ejercer para evitar que ambos cuerpos traten de fusionarse. El fútbol almeriense, por historia, siempre se ha sentido atraído hacia la fusión de sus clubes con la Segunda B y, por extensión, con la nada. De ahí, al abismo.
Este club se encuentra anclado en la apatía. Sin esfuerzo no hay recompensa. No pain no gain, contextualizando con la temática del artículo. Más allá de la sede y de la butaca del palco presidencial, hay una ciudad, una provincia, que espera de su club deportivo representativo algo más que una caparazón que sirva de morada a un cangrejo ermitaño. Debe ejercer como elemento transformador de la sociedad. Como bandera de un pueblo. Como canalizador de emociones. Y no, no lo hace. Está expulsando la pasión de un feudo donde hace no tanto miles de gargantas gritaban al unísono. ¿Cuándo fue la última vez que vivimos algo así?
Yo vi nacer a este club. Yo vibré con Francisco, Moreno, Esteban. Yo sufrí los Horvath, Benitez o Marcelinho. Yo me emocioné con Míchel y Mario Bermejo. Yo me ilusioné con Piatti, Melo o Diego Alves. Grité el gol de Soriano al Murcia y me abracé a mi padre cuando Negredo metió aquella volea tras un libre directo genialmente puesto en juego por Corona. Aquello era fútbol. Aquello era un club de Almería.
Frente al Reus, en el enésimo ridículo de un equipo, a ojos de todos los entendidos, preparado para luchar por mucho más, pudimos presenciar la inercia de siempre. La atracción que ejerce un cuerpo de masa mayor frente a otro que se vende. El Almería es una manzana que se va a precipitar contra el suelo de quién sabe qué. Y nadie quiere remediarlo. Nadie pone de su parte por frenarlo.
Voy más allá de los resultados. Me centro en el ciclo de nunca acabar, de jugadores incapacitados para la categoría que hacen un teórico buen equipo malo. Fichajes por los que nadie da la cara y que desesperan a futbolistas como Pozo -pobre Pozo-, que miran a su alrededor y se ven solos. Delanteros con buen cartel que se convierten en figuras viendo pasar sombras pero que en cualquier otro equipo se salen. ¿Qué pasa? ¿Cuál es la mano negra? ¿Quién lleva esta marioneta al cajón de los desastres? No es Ramis, como tampoco lo era Francisco, Sergi o Joan Carrillo. Siempre pasa lo mismo.
Frente al Reus, un recogepelotas, niño que no tiene culpa de nada, por cierto, portaba la equipación de otro equipo. ¿Se imaginan un colaborador del Atlético de Madrid con la camiseta del, por ejemplo, Real Madrid? Yo, no. Sería motivo de burla, desde luego. Pues en tribuna del Mediterráneo un chaval con peto del Almería escondía bajo el mismo una camiseta y pantalón del club blanco. Es vergonzoso. Es muestra de dejadez, de apatía. ¿No hay nadie en este club que se dé cuenta de estos detalles? ¿Nadie que esté al loro de evitar la promoción, al menos en nuestro escaparate, de lo de otros? Me cansa, me hastía. El Almería es una manzana que quiere precipitarse y a la que nadie parece querer salvar; maldita por Isaac Newton.

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