UN AGUJERO EN EL COLEGIO - CAPÍTULO 3

 CAPÍTULO 3

La curiosidad los llama


La curiosidad es el primer paso hacia la comprensión y la empatía.


Ana no podía hacer otra cosa que pensar en aquella historia tan extraña que contaban sus compañeros de clase. Era difícil de creer, pero más difícil le resultaba que pudieran haber planeado esa mentira, con todo lujo de detalles, para, sin equivocarse en ningún aspecto, contarla todos de la misma manera en momentos diferentes. Había algo que le empujaba a creer en el agujero y en el colegio subterráneo. Fernando, se sentó a su lado en el recreo con una manzana y una botella de agua metálica a la que hacía girar en el aire tratando de conseguir que se posase de pie en las escaleras.

Fernando, chiquillo, que la botella es metálica, no juegues a eso. Por eso la tienes así de abollada. 

Había un colegio igual que el nuestro al entrar a ese agujero. Y niños de colores que hacían ruidos extraños, Fernando parecía no ser capaz de hablar de otra cosa. 

¿Quieres que vayamos de nuevo? 

Nos verán y nos castigarán. 

Bueno, siempre hay formas de hacer las cosas con disimulo

Rodrigo pasó persiguiendo una mariposa al tiempo que Lionel se pasaba una pelota de papel de aluminio con Julia.

Fernando no pudo evitarlo y salió a correr tras Rodrigo y su mariposa, que se perdían por el patio en dirección a la esquina prohibida. Ana, de un salto, fue tras ellos. 

Rodrigoooo, Fernandoooo, esperad, gritó Ana. 

Los chicos hicieron caso omiso y siguieron a la mariposa como si no tuviesen otra función en la vida hasta la zona prohibida, desapareciendo tras la esquina. Ana hizo lo propio sin ni siquiera mirar atrás. Una vez allí, sorprendió a sus amigos parados en medio del patio vacío. Ni rastro de la mariposa. Los tres se miraron y, sin necesidad de hablar ni decir nada al respecto, marcharon al unísono hasta el arbusto pinchudo. Fernando fue el primero en precipitarse a su interior. Rodrigo y Ana vieron desaparecer el rubio de su cabello en la oscuridad del hueco. Posteriormente, los dos siguieron a su amigo hacia el interior. El contraste del la luminosidad exterior y la oscuridad interior los mantuvo durante unos segundos sin capacidad de ver nada. Cuando sus pupilas se adaptaron, consiguieron presenciar un largo pasadizo por el que se colaba algo de luz. 

Seguidme, dijo Fernando. 

A sus órdenes mi comandante, dijo Rodrigo. 

Los tres marcharon hasta una curva desde la que agazapados en la oscuridad, presenciaron una imagen extraordinaria. Había un patio exactamente igual al suyo pero plagado de niños de colores que emitían sonidos extraños. Algunos saltaban a la pata coja. Había una niña subida en una canasta y otra que volaba sobre… 

¡Mirad ahí, gritó Ana. 

Shhhh, que nos van a oir, contestó Fernando. 

Pero la sorpresa les hizo dar un grito de asombro. 

La niña volaba sobre la misma mariposa que les había conducido hasta allí, aunque ahora era bastante más grande que antes. Era un insecto fascinante que rápidamente identificó Ana, muy aficionada a los lepidópteros.

¡Es una mariposa emperador púrpura! Nunca había visto una en persona. 

La niña que volaba sobre ella descendió de un salto para fijar su atención en la esquina donde los niños se encontraban agazapados. Quieta, en medio del patio. Su pelo rojo y verde ondeando con la brisa. Sus ojos, negros. Su piel, azul. A los niños se les erizó la piel.

Vámonos ahora mismo, dijo Rodrigo. 

Esperad, no os mováis. Puede que no nos haya visto. 

Ahhhh, gritó Ana. 

¿Qué pasa? 

Algo me ha tocado la espalda. 

Fernando se agachó para recoger un objeto redondo que brillaba con la tenue luz. 

Es la bola de papel aluminio con la que jugaban Julia y Lionel. 

Tras un ruido estruendoso, como si hubiesen sido embocados, rodando por el pasadizo aparecieron el niño y la niña. 

Hola, ¿qué hacéis aquí?, preguntó Lionel con una amplia sonrisa en la cara. 

¿Qué es todo esto?, dijo Julia con la boca abierta mirando al colegio espejo. 

El desconcierto les hizo olvidar que una niña que volaba a lomos de una mariposa emperador púrpura había bajado del insecto para mirar fijamente al lugar donde se encontraban. Fue entonces cuando le les heló la sangre. Un chasquido en el suelo, sudor frío en la espalda. La niña de los ojos negros, piel azul y pelo rojo y verde, tocaba el cabello rubio de Fernando. 

Corred, gritó Fernando. 

El grupo de amigos salió como pudo del agujero y regresaron al patio permitido. Una llamada autoritaria les sobresaltó. 

¡Chicos! ¿Qué hacíais allí?, preguntó el maestro Alejandro. Ya sabéis que no se puede ir a esa zona. 

La pelota, maestro, se nos había colado allí, contestó Lionel haciendo uso de su gran poder de convicción. 

Pero no hace falta que vayáis todos. Además, hay que pedir permiso antes. 

Perdón maestro. 

A jugar, que queda poco tiempo de recreo, contestó el maestro con media sonrisa y una mirada enigmática. 

Una vez en la zona permitida, Julia se percató de algo. 

La pelota, hemos olvidado la pelota. 

Ya ves tú, cualquiera dirá. Solo es una pelota de papel de aluminio, dijo Lionel. 

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